No hay bondad en los Relatos del Sur de Jack London (San Francisco, 1976-Glen Ellen, 1916). No la hay como no hay mar, excepto como telón de fondo de unas historias terribles y violentas que transcurren, irónicamente, en uno de los parajes más bellos del planeta: las islas del Pacífico Sur, la exótica y lejana Polinesia. Hasta cierto punto, es lógico que así sea. El mundo que London refleja, es el mundo de la aventura colonial europea en esas regiones, donde la ambición desmedida de unos se enfrenta a la ferocidad y el salvajismo de otros. Una realidad que el autor de estos cuentos conoció bien de cerca ya que en 1896, cuando sólo contaba 17 años, se enroló como marinero en la goleta Sophia Sutherland, rumbo a los mares del Japón,en plena guerra ruso-japonesa. Tal vez de aquella breve aventura extrajo el conocimiento de aquellos mares y aquella gente, que luego retrataría con tanta imaginación como realismo. No fue sin embargo su único contacto con el mundo del mar: en 1899 compró la goleta Razzie-Dazzie y se dedicó a la piratería de la ostra; y más tarde se hizo miembro de la patrulla pesquera de California. Todas esas experiencias le valieron para escribir dos de sus obras más importantes: la novela El lobo de mar (1904) y los Cuentos de la patrulla pesquera (1905), pero también este puñado de relatos, a medio camino entre la antropología cultural y la aventura marinera, ambas muy de moda en su época.
Así tienen cabida en ellos personajes como Koolau el leproso, que nos muestra el lado más triste e inhumano de la trata esclavista, Mauki, condenado a una esclavitud perpetua de la que solo puede librarse mediante el crimen o Bella, atrapada en un matrimonio sin amor. También desfilan los europeos, “los inevitables hombres blancos”, capaces de lo mejor, como el misionero John Starhurst; o de lo peor, como Schemmer, el terrible capataz alemán. No hay, sin embargo, intención moralista en los relatos. Para London, un firme darwinista, se trata simplemente de hombres enfrentados a la crueldad de la naturaleza o la de otros hombres, en una lucha eterna en la que no siempre vence el mejor, sino el más fuerte. Kauai, Malaita, Hawai, Fiji, Tahití, Paumotu…después de leer a London no volverán a ser solamente la placentera imagen de una postal turística y sí el recordatorio de que hasta los más sublimes paraísos encierran abismales infiernos.