Como el ruido de la mar que no va y viene, sino que viene siempre zas, zas, zas. Así fluyen los personajes, los hechos, el tiempo, en “Madera de Boj”, la novela que Camilo José Cela (Iria Flavia, 11 de mayo de 1916-A Coruña, 17 de enero de 2002) se encontraba escribiendo cuando recibió en 1989 el Premio Nobel de Literatura y cuya publicación pospuso hasta una década después, en 1999.
Embarcada, mejor que ambientada, en el Finis Terrae (Fisterra en gallego) donde los romanos situaron el final del mundo; la historia, o mejor dicho, las historias, se desarrollan en el transcurso de una supuesta travesía por mar a lo largo de la Costa de la Muerte hasta llegar a Noia “una de las más hermosas villas de Occidente”. El narrador, que no es otro que el propio Don Camilo (Don Cam) va desgranando durante la misma un inventario de seres míticos (sirenas , hombres-lobo, santas trashumantes) y reales ( cazadores de ballenas meigas, choronas), leyendas (la Santa Compaña, el tesoro de los mouros ) , naufragios ( desde el del Serpent hasta el Casón) y hasta recetarios asociados a la Galicia marítima, a los que adereza con las aventuras, verdaderas e inventadas de un sinfín de personajes, protagonistas corales de la novela y con pinceladas de su biografía personal . El resultado, como no podía ser de otro modo tratándose de uno de los escritores más destacados del siglo XX, es un enrevesado encaje de bolillos literario y un homenaje inigualable al paisaje y las gentes esta fantástica y peligrosa geografía.